Hay profesiones que aunque parecen prosaicas están llenas de poesía. Para asombro de muchos, la labor
que desarrollamos los técnicos que trabajamos en las empresas de ingeniería, es una de ellas.
Puede parecer inverosímil pero, cuando desarrollamos las labores de concebir, diseñar, controlar y gestionar infraestructuras, nuestro oficio se torna trascendente y, si se mira con ojos transparentes, aparece lleno de dignidad.
Es un trabajo que tiñe a sus especialistas de cuatro colores: los del privilegio, la responsabilidad, la emoción y también, qué poesía no tiene su cruz, la incomprensión.
La responsabilidad de modelar la Tierra
Es un privilegio asumir la tarea de modelar el planeta, sintiéndonos colaboradores directos del creador. Cada jornada nos toca hacer un poco más amable el mundo, establecer vías de comunicación entre la gente de pueblos distantes, tender puentes entre hombres que puedan estrechar sus manos, posibilitar el desarrollo de ciudades para que vivan más felices nuestros hijos, dotarlas de agua y recursos que apaguen la sed y el hambre, reparar los daños de la actividad antrópica y tratar con mimo al territorio.
Trabajamos a una escala de cíclopes que parecía reservada para los dioses, propiciamos unos resultados que cambian la vida de nuestros congéneres y, en gran manera, somos los agentes elegidos por la naturaleza para quitarle hostilidad al planeta.
La vida exige una selección por aptitud. Sólo subsisten las especies capaces de superar las dificultades naturales de la existencia. El agua, los alimentos y los recursos necesarios para subsistir se encuentran dispersos en el espacio y el tiempo, la tarea de conseguirlos está llena de obstáculos. Los ingenieros somos los encargados de abrir el futuro a la especie humana, de hacer amable lo adverso, de mejorar un entorno complejo y hostil.
Por José Luis Manzanares Japón