La infraestructura es un motor de gran relevancia para el desarrollo de la sociedad. Según la OCDE, es un medio para asegurar la entrega de bienes y servicios que promuevan prosperidad y crecimiento, y contribuir de esa forma a la calidad de vida, bienestar, salud y seguridad de la sociedad. El desarrollo de la infraestructura incluye a sectores como energía, transporte, comunicaciones y construcción. Dentro de estas hay actividades como petróleo, refinados, gas LP y Natural, plantas de generación e instalaciones de transporte y distribución de electricidad, redes de telecomunicaciones, carreteras, puentes, puertos, aeropuertos, trenes, edificios, plantas de potabilización y tratamiento de aguas, entre otras.
En 2017 menos de la mitad de la población mundial tuvo acceso a servicios de salud básicos, 2,200 millones de personas no contaban con agua potable segura mientras que 4,200 millones de personas no tenían acceso a un servicio de saneamiento seguro. En 2018 24% de la población vivía en barrios marginales y 789 millones de personas carecían de electricidad . Para atender estos y otros retos es de gran importancia revisar y modificar la forma en que se planea y ejecuta el desarrollo de la infraestructura.
Durante años, la planeación del desarrollo de la infraestructura se realizó bajo un modelo típico, con una perspectiva de beneficios sociales y económicos. Y a pesar de utilizar mecanismos para determinar sus impactos ambientales, estos no fueron lo suficientemente amplios para identificar las contribuciones en fenómenos de impacto global como el cambio climático, al tiempo, esto se convirtió en el mayor riesgo económico, ambiental y social de la actualidad. De acuerdo con el Global Risks Report 2021 realizado por el Foro Económico Mundial.