El más reciente Premio Pritzker, considerado por muchos como el Nobel de la arquitectura, fue otorgado a la pareja de valientes arquitectos Anne Lacaton, francesa y Jean-Philippe Vassal, marroquí, ambos nacidos en los años 50´s. Este galardón se suma al rosario de reconocimientos a su concepto y obra, basado en hacer sostenible lo que ya existe y no demoler lo que podría ser redimido. Me parece muy importante traerlos a cuento, porque con este premio, el mundo reconoce una posición filosófica amorosa, sustentada en la transformación racional y la responsabilidad a largo plazo con los ecosistemas comunitarios. Considero este Pritzker como una llamada de atención a los constructores que estamos interviniendo barrios antiguos, con personalidad arquitectónica, y muy funcionales en las colonias Condesa, Roma, Santa María o San Miguel Chapultepec en la Ciudad de México. Este guiño debería llevarnos a reflexionar, si es que realmente vale la pena seguir demoliendo casas unifamiliares o pequeños edificios con valor estético e histórico, para edificar sobre sus restos enormes conjuntos habitacionales hasta para 200 familias en donde antes no vivían más de 10 y que rompen el precario equilibrio de la ciudad, ponen en crisis el abasto de agua, saturan la capacidad de los drenajes y aumentan la demanda de servicios básicos.