Confiar o no confiar en alguien debería ser producto de una decisión responsable y consciente, y no sólo guiarse por la emoción de un momento.
Cuántas veces hemos escuchado sentencias como: “no hay que confiar en la gente”, “se tiene que ganar mi confianza”, “no me fio fácilmente”, “piensa mal y acertarás”, “mejor lo hago yo, porque nadie más es capaz de hacerlo”. ¿Te suenan? Seguramente sí, porque tú al igual que yo, las hemos escuchado en un sinfín de ocasiones, o aún más, las hemos dicho o pensado. Hoy te invito a hacer un alto en el camino y reflexionar un poco acerca de lo que hay detrás de estas frases y de lo que pueden estar
dando o quitando, abonando o limitando, a quien las asume como verdades absolutas, incorporándolas como base de su actuar.
Comencemos diciendo que dichas expresiones se vinculan en gran parte a un concepto conocido por todos, pero que usualmente no es entendido a profundidad: la confianza.
¿Qué es la confianza?
Hay muchas definiciones de ella, pero para efectos de este artículo, te sugiero entenderla como una opinión o un juicio que influye esencialmente en nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y en la forma en que intervenimos en nuestro entorno. ¿Estás consciente de la importancia que tiene este ingrediente en la relación contigo mismo, en tus relaciones de pareja, familia, amistad, trabajo, negocios, y de cuántas veces has descartado relaciones con socios, clientes, proveedores e inversionistas por juicios como: “no vuelvo a confiar en esa persona”, “destrozó mi confianza”, “no es confiable”?
No es mi intención decirte que vayas por el mundo confiando en el primero que se te atraviesa, de hecho, probablemente sería un disparate hacerlo, sin embargo, quiero invitarte a través de estas líneas a que la próxima vez que emitas dicho juicio u opinión, estés más atento a ver si te está abriendo o cerrando posibilidades.
Recuerdo que en diferentes foros he escuchado a ponentes hablar metafóricamente acerca de la ventana de la confianza, refiriendo que eres tú quien decide si abrir un poco, medianamente o de par en par tu ventana de la confianza, pero que debes saber que abrirla, a la vez que implica brindar confianza, incluye también recibirla, por lo que podemos decir que no se trata nada más de que los demás se ganen tu confianza, sino de que tú también correspondas a la misma y tengas la apertura de brindarla.
Se dice sencillo, pero lo cierto es que abrir la ventana de nuestra confianza nos hace vulnerables, y por ello muchas veces rehuimos hacerlo, sin embargo, este escape puede hacer que el miedo a ser defraudados o a que nos fallen, nos limite en la toma de decisiones que podrían abonar para bien en nuestras vidas personales y/o profesionales.
Juicios funcionales y no funcionales
Decíamos al inicio que vale la pena valorar si esta opinión o juicio llamada confianza que hacemos de nosotros mismos, de los demás o incluso de nuestro entorno, nos quita o nos da, nos abona o nos limita, y para ello, creo que es importante traer a la mesa que nuestras creencias o juicios no son totalmente “buenos” ni totalmente “malos”, simplemente “son”, por lo que no hay que satanizarlos, inclusive, más que categorizarlos como buenos o malos podríamos hacerlo como funcionales o no funcionales.
Es decir, habrá ocasiones en las que cerrar la ventana de la confianza cuando estamos expuestos a una persona que tiene récord de fallas con nosotros, tal vez nos proteja de un siguiente descalabro, de una pérdida de dinero, de un mal negocio o simplemente de un mal rato; pero quizá en otras ocasiones, el cerrar por completo la posibilidad de construir una relación con una persona ante una falla que provocó la pérdida de confianza, nos esté privando de una linda amistad, de un buen negocio, de oportunidades de crecimiento, entre otros.
En este tema como en muchos otros, no hay recetas únicas, por lo que al ser la confianza una opinión o un juicio personal, cada uno de nosotros tendría que hacer la valoración de acuerdo a cada una de nuestras circunstancias. Lo que sí puede ser útil, es compartir contigo una estructura de la confianza que en lo personal me dio sentido cuando me hablaron de ella durante mi certificación como Coach Ejecutivo. Recuerdo con cariño que me hablaron de las tres “patitas” de la confianza:
☞ La sinceridad. Confiamos en la medida en que juzgamos que el otro es sincero con nosotros, que no nos miente. El riesgo aquí está en guiar ese juicio por percepciones de terceras personas y no por nuestra experiencia o investigación personal. Por ejemplo, cuando nos dicen: “no hagas negocios con esa persona porque es un pésimo aliado”; o descalificar en automático a quien nos miente, sin conocer las razones por las cuales nos mintió, que a veces son muy diferentes a las que pensamos.
Podríamos citar que en las organizaciones a veces se miente para evitar aceptar la responsabilidad de una falla, sobre todo en sistemas en los que es severamente castigado el error; o puede ser que alguno de nuestros socios o proveedores en alguna ocasión, decidan mentirnos para evitar una posible confrontación que juzgan innecesaria, algún mal entendido, o por cuidar la imagen que tenemos de ellos, etcétera.
Es importante aclarar que hay de mentiras a mentiras, y que no todas tienen los mismos efectos, pero tampoco el mismo origen; por lo que la sugerencia sería que antes de perder la confianza y cerrar por completo nuestra ventana, intentemos explorar las razones por las cuales las personas no fueron sinceras con nosotros y con base en ello valorar los efectos de dicha acción. Porque puede ser que si no nos detenemos a analizarlo, cerremos posibilidades que pudieron ser útiles para nuestras vidas y nuestros negocios.
☞ La competencia. Desde este visor, juzgamos quién es competente para hacer algo y quién no lo es. Este es un juicio muy importante a la hora de coordinar acciones al interior de nuestra organización con nuestros colaboradores o con nuestros socios comerciales, proveedores, inversionistas, entre otros. Es un juicio que puede abrir o cerrar grandes posibilidades, y en el que se debe tomar en cuenta, que la incompetencia no es inmutable, es decir, que quien no tiene una competencia hoy, accediendo a los medios necesarios, puede adquirirla mañana; y que quien cometió una falla hoy, no tiene porqué cometerla también mañana.
Por: María Eugenia Rodríguez Calderón
Coach Ejecutivo Certificado por la Escuela Europea de Coaching. Asociado en TB&A.