Un espacio para la espera, en donde se busca reflejar la contraposición del humano frente a la naturaleza.
Para el arquitecto francés Le Corbusier, existían tres funciones elementales para una casa –entiéndase cualquier construcción habitable–. En la primera, se refiere a la casa como un proveedor elemental y refugio básico que proteja al ser humano del calor, del frío, la lluvia y distintas amenazas externas. En la segunda, al espacio primario para recibir luz y sol, y en la última hace referencia a un número necesario de espacios que contemplen y sostengan actividades como cocinar, trabajar y para la vida personal, concebidos por el otro. Para Le Corbusier, la arquitectura contempla un juego sabio de los volúmenes bajo la luz. Esta relación entre la arquitectura y la luz, también tema central para Mathias Goeritz, genera las texturas emocionales de las que se compone nuestra interacción con el adentro y el afuera. Sin luz no hay vida. Jerónimo Hagerman ha creado para el Museo Experimental El Eco, una intervención que dialoga con la arquitectura de Goeritz, convirtiendo el lugar en un sensorium; un aparato o facultad sensorial, considerado como una unidad o un todo. Su intervención consiste en un espacio dentro de otro, en donde la luz se hace visible por medio de reflejos. La vegetación también ocupa un lugar importante, ya que crea un ambiente tanto para la congregación de personas, como
para otros visitantes: los pájaros. A lo largo de su carrera, Hagerman ha explorado e investigado los distintos vínculos emocionales y espaciales entre un sujeto y la naturaleza.
Asimismo, el artista crea un nuevo espacio para la contemplación de aquello visible e invisible –la luz, el cielo, el aire, la gravedad–, en donde el interior se funde con el exterior. Es también un espacio para la espera. Hagerman busca reflejar la contraposición del humano frente a la naturaleza. El artista deposita su confianza en un mecanismo muy sencillo, pero al mismo tiempo muy poco predecible esperando un efecto dominó de la naturaleza: Un pájaro descubre la comida, se llaman entre sí; ese pájaro le habla al otro, ése pájaro viene a comer y le habla a otro, y ese a otro y así sucesivamente. “Escuché de un hombre en la India que tras un tsunami tomó la responsabilidad de alimentar pericos; hoy alimenta alrededor de cuatro mil pericos cada día en el techo de su casa”.